Justo hoy, que los nuevos presidentes del Congreso y el Senado toman posesión de sus cargos, el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, anuncia que abandona sus perfiles en Facebook y Twiter porque, según reconoce su equipo, “nació como una herramienta de campaña electoral”.
A la gente de Gallardón hay que agradecerle su sinceridad, que deja sobre la mesa el cortoplacismo en el que viven instalados nuestros políticos. Las redes sociales han sido para ellos, y lo volverán a ser dentro de tres años, una herramienta de usar y tirar, un aliado utilizado mientras era necesario captar votantes. Ahora que ya no hay votante que captar, se baja la persiana de la red social o se deja el blog sin actualizar.
El problema es que los principios que subyacen en las redes sociales, su esencia, topan frontalmente con la política española. Si las redes sociales se basan en la horizontalidad, la bidireccionalidad y el debate, la política y los partidos políticos funcionan a partir de la verticalidad (“yo digo, tú asientes”), la unidireccionalidad (“yo tengo un discurso, tú simplemente me aplaudes”) y el monólogo (“el que se mueve no sale en la foto”). Y claro, con estos condicionantes, al político 1.0 le funciona mejor un mitin que un tweet.
El abandono de las redes sociales, de todas formas, se veía venir.